Entrevista con Héctor Valle, titular de FIDE. El economista analizó el modelo productivo, destacó la importancia del mercado interno, relativizó las críticas de la ortodoxia, subrayó el rol indelegable del Estado, y enfatizó la necesidad de planificar y comunicar los grandes objetivos del Gobierno.
Sin duda no se va a cumplir la pauta presupuestaria, la economía no va a crecer un cinco por ciento, pero no ha ocurrido ninguna de las catástrofes que se anunciaban”, señala Héctor Valle. Según su visión, el desequilibrio fiscal que registran las cuentas públicas es muy manejable. En este sentido, su análisis destaca que el país ha atendido sus deudas y lo seguirá haciendo. Un panorama que en el plano externo no duda en calificar como “muy alentador hacia el futuro” y que se completa con “la importancia y el efecto dinamizador de la demanda interna”. La visión, sin embargo, está lejos de caer en ingenuidades y trasciende las fronteras para colocar al país en el contexto global: “La crisis en la cual está metido el sistema capitalista, tal y como lo conocimos hasta ahora, es sistémica. No es una crisis que se resuelva modificando algunas regulaciones. No le encuentran la vuelta. Ya se está hablando de una desaceleración fuerte de Alemania, y el impacto sobre China es inevitable. Pretender que la Argentina esté ajena sería demasiado sesgado”.
– ¿Cómo juega la relación comercial con
Brasil?
–Si uno toma los últimos datos, todos
los actores, excluyendo el automotriz y sus vinculados, dieron positivo. El
mercado interno se sostiene. Sería una buena oportunidad para revisar el
indicador que mide la evolución de la industria…
– ¿Por qué?
–Porque el sector automotor tiene una
ponderación muy alta en el indicador sobre el nivel de actividad industrial.
Habría que analizar cuál es el peso real del sector automotor. Si uno mira por
el lado del empleo, de las ventas, de la recaudación, por el lado que uno mire,
la economía no está en recesión. Ahora, claro, si uno sólo mira el indicador
industrial, la influencia de lo que pasa con Brasil es decisiva.
– ¿De cualquier manera, hay un problema
en la relación con Brasil?
–Más allá de que las dos presidentas
tengan una excelente relación, las conductas de ambos países en materia de
política económica son absolutamente asimétricas. Brasil optó por una política
de metas de inflación que subordina el crecimiento a la contención de la
inflación por la vía de la tasa de interés y el tipo de cambio. Lo que pasa con
la producción es una derivada.
– ¿Y en nuestro país…?
–El crecimiento es la variable central.
Las otras se van acomodando con mayor o menor fortuna. Ahora bien, todo esto se
cruza con otro problema que está por arriba de los dos Estados: la estrategia
de las multinacionales automotrices, que están en una situación crítica y que
no tienen por qué coincidir con los intereses nacionales. Sin duda, si se
recompone la relación dentro del acuerdo automotor, el indicador industrial
cambiará. Es una buena ocasión para discutir mano a mano con Brasil una
estrategia conjunta respecto a las automotrices.
–Este año, Brasil, en el mejor de los
casos, crecerá muy poco. ¿Está pagando el precio de recibir capitales
especulativos?
–En los años noventa se caracterizó por
un masivo ingreso del capital extranjero. Ese capital desplazó a mucha
industria local. Eso se está sintiendo. La actual capacidad de defensa o de
agresión que tenía la burguesía paulista disminuyó. Por otro lado, el Bandes se
está comportando con criterios afines a la política del Banco Central
brasileño. Por cierto, han controlado la inflación, pero a un costo alto.
–Es la receta que pide la ortodoxia
local…
–La Argentina no tiene esa prioridad,
más allá de la inflación, que es un problema innegable. En este sentido es
necesario recuperar la credibilidad de los índices oficiales. Eso cambiaría el
escenario, porque el debate sobre los precios se ha convertido en un instrumento
que juega en contra. Nos guste o no. Hay que asumirlo. Hoy, cualquier pelagatos
manda dos chicas al supermercado a levantar datos y hace una encuesta propia.
–Volvamos a Brasil…
–Muchos señalan que lo que está haciendo
Brasil es lo que hacía Cavallo con los planes de competitividad y los
incentivos fiscales puntuales. Pero esta estrategia no resuelve un problema de
la importancia como el que afrontan nuestras economías. Otra cosa que debemos
repensar es que, tradicionalmente, la relación con Brasil se pensó como una
relación comercial. Hay que replantearla en términos de una integración
productiva. La otra cuestión importante es que Brasil debe entender que su
problema fundamental es China, no la Argentina. Es un momento de luces y
sombras. Lo que está pasando está severamente condicionado por factores
externos.
–Usted señaló que debemos asumir el
problema de la inflación. ¿Dónde está el origen del problema?
–En que no se consigue traducir en el
comercio minorista los precios del Mercado Central. El menemismo nos dejó una
estructura oligopolizada. En este contexto, cuando los trabajadores reciben un
aumento que les compensa la inflación, eso convalida la suba de los precios. No
quiero decir que no haya que aumentar los salarios. Peor es lo que ocurre con
los servicios. Digo esto porque la mitad del índice de precios al consumidor
son bienes y la otra mitad son servicios consumidos, centralmente, por la clase
media. Por eso es importante profundizar los esfuerzos para revisar la canasta
de consumos. Ahí está incluido el colegio de los chicos, la medicina prepaga,
el gasto del consorcio…. Con este modelo, las clases media y alta, que tanto
desprecio exhiben hacia el Gobierno, han sido las más beneficiadas y son, a la
vez, las que con su poder adquisitivo convalidan cualquier aumento de precios.
La cadena de comercialización y la estructura oligopólica son determinantes.
Ahí tenemos un problema severo.
–Faltan estructuras burocráticas capaces
de fiscalizar y corregir estas desviaciones…
–Y falta aumentar la oferta interna. En
otra época se podía hacer por la vía de las importaciones. Eso, ahora, no se va
a hacer. Por ejemplo, si uno habla con los que fabrican las bolsitas de los
supermercados, que son una infinidad de pymes, están muy agarrados por Dow Chemical,
una compañía que, además de ser fruto de una privatización, recibe gas
subsidiado de Loma La Lata. Este esquema les genera a muchas empresas un plus
de rentabilidad que no se reinvierte en el país. Un plus hecho gracias al
subsidio de los insumos y a la condición monopólica que ostentan.
–Esos sectores están presionando para
obtener una tasa de rentabilidad en dólares que el Gobierno no está dispuesto a
convalidar.
–El Gobierno no puede convalidar todas
las aspiraciones individuales del sector empresario. En comparación con la
situación en que está el mundo, les está yendo más que bien. Ahí aparece el
tema del tipo de cambio. Para los productores de soja, o para las empresas
transnacionales, el actual tipo de cambio es recontra suficiente. En el caso de
las pymes y de las economías regionales, otro es el cantar. Este tipo de cambio
no les alcanza para exportar y para protegerse de las importaciones. Necesitan
un tipo de cambio real más alto.
– ¿Cómo se logra?
–Es necesario que la devolución de
impuestos por exportaciones se haga en tiempo y forma.
–Muchos pretenden tomar como referencia
el dólar paralelo.
–Ese mercado negro tiene un volumen poco
significativo. En segundo lugar, significaría una traslación de ingresos brutal
hacia los sectores concentrados. Además, el Gobierno recauda pesos, y con pesos
adquiere los dólares para pagar la deuda externa. Si el Gobierno produjera una
devaluación, habría que endeudarse. Es una calesita donde no nos vamos a subir.
– ¿Cuál es la herramienta para compensar
a las pymes?
–La política de reintegros y de
incentivos fiscales. En la práctica, significaría un tipo de cambio
diferencial. Tengo la sensación de que la última parte del año, y sobre todo el
año que viene, vamos a tener un superávit comercial fuerte, un mejor nivel de
reservas y menos deuda que pagar. La cuestión es llegar a ese punto. Estamos
cerca. Los esfuerzos que se están haciendo en materia petrolera también ayudan
a sustituir importaciones. El año que viene será mucho mejor.
–Las restricciones a las importaciones
están afectando la importación de bienes intermedios, especialmente las de
bienes de capital.
–La economía debía cerrarse. Hay que
pasar de ese nivel bastante indiscriminado a un esquema más sofisticado. En la
última parte del año habrá una flexibilización porque, efectivamente, en muchos
casos se afecta el nivel de inversión y faltan insumos. Es necesaria una
modificación en la medida en que estamos registrando una tendencia hacia un
superávit comercial por encima de los 11 mil millones de dólares. Carece de
sentido seguir manteniendo cerrada la canilla.
–El Estado se ha convertido durante los
últimos años en el principal factor de inversión. ¿Hasta cuándo se puede
sostener esta situación?
–Actualmente, representa entre el 6 y el
7 por ciento del Producto. Es mucho. Sin embargo, durante bastante tiempo la
inversión pública será un factor dinámico. A decir verdad, tengo una visión muy
crítica de la burguesía industrial argentina. No es una burguesía schumpeteriana.
Tiene un enorme temor a la inversión. Entonces, hay roles que los tiene que
ocupar el Estado. Probablemente reasignando partidas, dejando de hacer algunas
cosas. Hay cosas que si no se hacen con inversión pública no se hacen. Un
ejemplo es el rechazo de la banca privada a participar de proyectos de
inversión, aun cuando exhiben una rentabilidad del 35 por ciento. Tiene que
haber una estrategia muy planificada. Si vamos a hacer un esfuerzo de inversión
pública equivalente a 7 u 8 puntos del Producto, debe estar apoyado en
prioridades.
–Es el gran desafío en el mediano y
largo plazo…
–El país requiere de un esfuerzo de
inversión muy importante. No vamos a crecer durante los próximos cinco años
como lo hicimos en la última década. El contexto internacional cambió. Además,
las inversiones necesitan plazos de maduración. Nos guste o no, el Estado
siempre estuvo presente. El Estado hizo Somisa, YPF, Gas del Estado…. No creo
que convenga abrirse a las exigencias que plantea un inversor externo que pide
que los conflictos legales se diluciden en el exterior, que no haya
reglamentaciones laborales que los afecte, que pueda retener totalmente las
utilidades y que, incluso, pide financiamiento y avales del Estado.
– ¿Qué aspectos de la gestión del
Gobierno Nacional no están los suficientemente bien comunicados?
–El Gobierno tiene cosas muy positivas
para exhibir que deberían exponerse como un conjunto de prioridades que
existen, pero que no siempre están explicitadas. Hay que decir con claridad las
razones por las cuales este Gobierno no se va a endeudar con el exterior; se
trata de explicar para qué se busca un superávit comercial y de explicitar las
prioridades en materia de energía. Debemos dejar bien en claro que hay
prioridades en materia de integración, educación, ciencia y técnica. Sería
bueno hacer un esfuerzo para ordenar en términos de comunicación los objetivos
y las decisiones.
– ¿Qué piensa de las políticas
implementadas desde el Estado en materia de ciencia y tecnología?
–Es una de las mejoras cosas que tiene
el Gobierno para exhibir. El aporte que se está haciendo en ciencia y técnica
será valorado con el tiempo. El esfuerzo de industrialización de los años
sesenta hubiera sido imposible sin la Universidad de Buenos Aires de Risieri
Frondizi que formó los primeros ingenieros electrónicos, los primeros
ingenieros en química industrial. Eso permitió una ventaja competitiva muy
fuerte. Esa experiencia exitosa se está repitiendo con mucha más conciencia que
entonces. Las universidades que se crearon en los últimos años constituyen una
ventaja competitiva espectacular. Son gratuitas y de excelencia. No las tienen
los chilenos ni los brasileños.
– ¿Todo este esfuerzo debería
acompañarse con una revisión del diseño de la política de sustitución de
importaciones heredado de la Segunda Guerra Mundial?
–Aquel esquema, en algún momento, se lo
consideró agotado. Los que veníamos con esas ideas pasamos a ser como
cachivaches, anticuados… A los que nos criticaban no le interesaba ni el acero,
ni la petroquímica. Decían que había especializarse, integrarse a la economía
mundial. Era la tesis de Guido Di Tella que nace con la crisis del petróleo,
cuando el modelo sustitutivo basado en la energía barata se derrumbaba. Ese
proceso de posmodernidad, que duró veinte años, se ha estrellado. Ahora, vuelve
a aparecer la necesidad de aquellas viejas estructuras. Si quiero que la
economía sea más productiva, cada peso que tengo: ¿lo invierto en producir
bienes de consumo o en invertir tecnología de punta? Obviamente, lo voy a invertir
en bienes de capital; pero también preciso una infraestructura que me sostenga.
En este esquema, complejos como el siderúrgico y el petroquímico vuelven a
aparecer como prioridades. Con un carácter distinto al que tenían, pero lo que
interesa es la concepción ideológica. Hay que volver a pensar, primero, en
protegemos y, después, en desenvolver las redes de industrialización que el
país precisa. La receta no cambió mucho.
“Es necesario plantear cómo resolver el
tema del Indec”
Creo que sería necesario plantear “cómo
vamos a resolver el tema del Indec? Lo
vamos a dejar así, lo vamos a modificar, qué vamos a rescatar”.
Todo el mundo habla del costo de vida,
pero hay otras cosas del Indec que hay que actualizar, por ejemplo el índice de
comercio exterior. No se puede tener el mismo comunicado de comercio exterior
de la época que teníamos un superávit externo de mil millones de dólares, o
déficit, e importábamos 5 mil millones y exportábamos 6 mil, que ahora que es
70 a 68. Y como eso, otros indicadores. Hay que sacarle mucho más jugo a la
Encuesta de Hogares, hay que avanzar en otras áreas que no están tan bien,
mejorar la cuenta del producto de inversión, hay un montón de cosas para hacer
con un pensamiento positivo, no para demostrar, que entonces el Indec no sirve.
Lo que pasa es que como se lo aborda con enorme ignorancia, se identifica al
Indec exclusivamente con IPC. Es un disparate. Y convalidar eso es muy malo,
porque el Indec tiene un montón de funciones, entre otras tiene que hacer los
censos, de población, el agropecuario, el industrial, el de comercio. Tiene que
actualizar una gran variedad de tareas que hacer, y tiene con qué hacerlas,
porque hay pocos equipos como los del Indec. Pero así, un poco, se le está
haciendo el juego a la oposición. Vuelvo a repetir, con lo del IPC, si sale
bien esa encuesta, puede ser la base para una recuperación del organismo. Por
otro lado, no sé si el organismo tiene que estar en la órbita de Economía. Yo
me fui del Indec cuando Cavallo lo absorbió. Hasta entonces estábamos en la
Secretaría de Presidencia, aún con Menem teníamos bastante independencia. El
Indec había sido siempre una institución fuera del Ministerio de Economía.
Cuando la pusieron bajo su órbita, empezaron los líos. Me parece que el Indec
debería tener autonomía, obviamente no anárquica, podría tener una comisión
bicameral que lo supervisara, que no implica ningún problema, y revisar todo lo
que hay que revisar, con espíritu constructivo.
Renta agraria - Provincias
en rojo y el lobby sojero
-¿Cómo analiza el sistema tributario de
provincias de la importancia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe?
Ahí la cosa está complicada, porque el
problema que tenemos es que a las provincias de la zona sojera les cuesta mucho
establecer un impuesto inmobiliario acorde con la rentabilidad que tienen, y
son muy vulnerables al lobby del sector agropecuario. Entonces, si las
provincias no reforman su estructura impositiva, es difícil que puedan
solucionar sus cuentas. Y el otro problema es que hay provincias en las cuales,
sacando el empleo público, no hay otra fuente de empleo. No es fácil de
resolverlo. Me parece que primero está el problema del empleo público como
fuente principal de trabajo; está el problema de la renuencia de adecuar la
estructura impositiva a la realidad, y después, responsabilidad nuestra (en el
sentido del Estado central), que hay que plantearse ciertas reformas
imprescindibles: herencia, sistema financiero, juego, tres fuentes de recursos
que hay que aprovechar. Y es muy difícil pensar en modificar la
coparticipación, porque si ésta se modifica de acuerdo con los niveles de
empleo y necesidades básicas insatisfechas, que es el criterio, se lleva toda
la coparticipación la provincia de Buenos Aires. Además, para modificar la
coparticipación, tienen que ponerse de acuerdo las 24 provincias, cosa
complicadísima. Creo que habría que hacer un doble juego entre un compromiso de
las provincias de avanzar hacia los nichos de alta rentabilidad, que hay sobre
todo en el impuesto inmobiliario. Tenemos que la hectárea vale 15 mil dólares,
y están pagando cinco mil pesos por año de impuestos. Bueno, alguien le tiene
que poner el cascabel al gato. Si los gobernadores no se animan, tienen que
llegar a un acuerdo con la nación en esta materia.
– ¿Cómo juega la relación comercial con
Brasil?
–Si uno toma los últimos datos, todos
los actores, excluyendo el automotriz y sus vinculados, dieron positivo. El
mercado interno se sostiene. Sería una buena oportunidad para revisar el
indicador que mide la evolución de la industria…
– ¿Por qué?
–Porque el sector automotor tiene una
ponderación muy alta en el indicador sobre el nivel de actividad industrial.
Habría que analizar cuál es el peso real del sector automotor. Si uno mira por
el lado del empleo, de las ventas, de la recaudación, por el lado que uno mire,
la economía no está en recesión. Ahora, claro, si uno sólo mira el indicador
industrial, la influencia de lo que pasa con Brasil es decisiva.
– ¿De cualquier manera, hay un problema
en la relación con Brasil?
–Más allá de que las dos presidentas
tengan una excelente relación, las conductas de ambos países en materia de
política económica son absolutamente asimétricas. Brasil optó por una política
de metas de inflación que subordina el crecimiento a la contención de la
inflación por la vía de la tasa de interés y el tipo de cambio. Lo que pasa con
la producción es una derivada.
– ¿Y en nuestro país…?
–El crecimiento es la variable central.
Las otras se van acomodando con mayor o menor fortuna. Ahora bien, todo esto se
cruza con otro problema que está por arriba de los dos Estados: la estrategia
de las multinacionales automotrices, que están en una situación crítica y que
no tienen por qué coincidir con los intereses nacionales. Sin duda, si se
recompone la relación dentro del acuerdo automotor, el indicador industrial
cambiará. Es una buena ocasión para discutir mano a mano con Brasil una
estrategia conjunta respecto a las automotrices.
–Este año, Brasil, en el mejor de los
casos, crecerá muy poco. ¿Está pagando el precio de recibir capitales
especulativos?
–En los años noventa se caracterizó por
un masivo ingreso del capital extranjero. Ese capital desplazó a mucha
industria local. Eso se está sintiendo. La actual capacidad de defensa o de
agresión que tenía la burguesía paulista disminuyó. Por otro lado, el Bandes se
está comportando con criterios afines a la política del Banco Central
brasileño. Por cierto, han controlado la inflación, pero a un costo alto.
–Es la receta que pide la ortodoxia
local…
–La Argentina no tiene esa prioridad,
más allá de la inflación, que es un problema innegable. En este sentido es
necesario recuperar la credibilidad de los índices oficiales. Eso cambiaría el
escenario, porque el debate sobre los precios se ha convertido en un instrumento
que juega en contra. Nos guste o no. Hay que asumirlo. Hoy, cualquier pelagatos
manda dos chicas al supermercado a levantar datos y hace una encuesta propia.
–Volvamos a Brasil…
–Muchos señalan que lo que está haciendo
Brasil es lo que hacía Cavallo con los planes de competitividad y los
incentivos fiscales puntuales. Pero esta estrategia no resuelve un problema de
la importancia como el que afrontan nuestras economías. Otra cosa que debemos
repensar es que, tradicionalmente, la relación con Brasil se pensó como una
relación comercial. Hay que replantearla en términos de una integración
productiva. La otra cuestión importante es que Brasil debe entender que su
problema fundamental es China, no la Argentina. Es un momento de luces y
sombras. Lo que está pasando está severamente condicionado por factores
externos.
–Usted señaló que debemos asumir el
problema de la inflación. ¿Dónde está el origen del problema?
–En que no se consigue traducir en el
comercio minorista los precios del Mercado Central. El menemismo nos dejó una
estructura oligopolizada. En este contexto, cuando los trabajadores reciben un
aumento que les compensa la inflación, eso convalida la suba de los precios. No
quiero decir que no haya que aumentar los salarios. Peor es lo que ocurre con
los servicios. Digo esto porque la mitad del índice de precios al consumidor
son bienes y la otra mitad son servicios consumidos, centralmente, por la clase
media. Por eso es importante profundizar los esfuerzos para revisar la canasta
de consumos. Ahí está incluido el colegio de los chicos, la medicina prepaga,
el gasto del consorcio…. Con este modelo, las clases media y alta, que tanto
desprecio exhiben hacia el Gobierno, han sido las más beneficiadas y son, a la
vez, las que con su poder adquisitivo convalidan cualquier aumento de precios.
La cadena de comercialización y la estructura oligopólica son determinantes.
Ahí tenemos un problema severo.
–Faltan estructuras burocráticas capaces
de fiscalizar y corregir estas desviaciones…
–Y falta aumentar la oferta interna. En
otra época se podía hacer por la vía de las importaciones. Eso, ahora, no se va
a hacer. Por ejemplo, si uno habla con los que fabrican las bolsitas de los
supermercados, que son una infinidad de pymes, están muy agarrados por Dow Chemical,
una compañía que, además de ser fruto de una privatización, recibe gas
subsidiado de Loma La Lata. Este esquema les genera a muchas empresas un plus
de rentabilidad que no se reinvierte en el país. Un plus hecho gracias al
subsidio de los insumos y a la condición monopólica que ostentan.
–Esos sectores están presionando para
obtener una tasa de rentabilidad en dólares que el Gobierno no está dispuesto a
convalidar.
–El Gobierno no puede convalidar todas
las aspiraciones individuales del sector empresario. En comparación con la
situación en que está el mundo, les está yendo más que bien. Ahí aparece el
tema del tipo de cambio. Para los productores de soja, o para las empresas
transnacionales, el actual tipo de cambio es recontra suficiente. En el caso de
las pymes y de las economías regionales, otro es el cantar. Este tipo de cambio
no les alcanza para exportar y para protegerse de las importaciones. Necesitan
un tipo de cambio real más alto.
– ¿Cómo se logra?
–Es necesario que la devolución de
impuestos por exportaciones se haga en tiempo y forma.
–Muchos pretenden tomar como referencia
el dólar paralelo.
–Ese mercado negro tiene un volumen poco
significativo. En segundo lugar, significaría una traslación de ingresos brutal
hacia los sectores concentrados. Además, el Gobierno recauda pesos, y con pesos
adquiere los dólares para pagar la deuda externa. Si el Gobierno produjera una
devaluación, habría que endeudarse. Es una calesita donde no nos vamos a subir.
– ¿Cuál es la herramienta para compensar
a las pymes?
–La política de reintegros y de
incentivos fiscales. En la práctica, significaría un tipo de cambio
diferencial. Tengo la sensación de que la última parte del año, y sobre todo el
año que viene, vamos a tener un superávit comercial fuerte, un mejor nivel de
reservas y menos deuda que pagar. La cuestión es llegar a ese punto. Estamos
cerca. Los esfuerzos que se están haciendo en materia petrolera también ayudan
a sustituir importaciones. El año que viene será mucho mejor.
–Las restricciones a las importaciones
están afectando la importación de bienes intermedios, especialmente las de
bienes de capital.
–La economía debía cerrarse. Hay que
pasar de ese nivel bastante indiscriminado a un esquema más sofisticado. En la
última parte del año habrá una flexibilización porque, efectivamente, en muchos
casos se afecta el nivel de inversión y faltan insumos. Es necesaria una
modificación en la medida en que estamos registrando una tendencia hacia un
superávit comercial por encima de los 11 mil millones de dólares. Carece de
sentido seguir manteniendo cerrada la canilla.
–El Estado se ha convertido durante los
últimos años en el principal factor de inversión. ¿Hasta cuándo se puede
sostener esta situación?
–Actualmente, representa entre el 6 y el
7 por ciento del Producto. Es mucho. Sin embargo, durante bastante tiempo la
inversión pública será un factor dinámico. A decir verdad, tengo una visión muy
crítica de la burguesía industrial argentina. No es una burguesía schumpeteriana.
Tiene un enorme temor a la inversión. Entonces, hay roles que los tiene que
ocupar el Estado. Probablemente reasignando partidas, dejando de hacer algunas
cosas. Hay cosas que si no se hacen con inversión pública no se hacen. Un
ejemplo es el rechazo de la banca privada a participar de proyectos de
inversión, aun cuando exhiben una rentabilidad del 35 por ciento. Tiene que
haber una estrategia muy planificada. Si vamos a hacer un esfuerzo de inversión
pública equivalente a 7 u 8 puntos del Producto, debe estar apoyado en
prioridades.
–Es el gran desafío en el mediano y
largo plazo…
–El país requiere de un esfuerzo de
inversión muy importante. No vamos a crecer durante los próximos cinco años
como lo hicimos en la última década. El contexto internacional cambió. Además,
las inversiones necesitan plazos de maduración. Nos guste o no, el Estado
siempre estuvo presente. El Estado hizo Somisa, YPF, Gas del Estado…. No creo
que convenga abrirse a las exigencias que plantea un inversor externo que pide
que los conflictos legales se diluciden en el exterior, que no haya
reglamentaciones laborales que los afecte, que pueda retener totalmente las
utilidades y que, incluso, pide financiamiento y avales del Estado.
– ¿Qué aspectos de la gestión del
Gobierno Nacional no están los suficientemente bien comunicados?
–El Gobierno tiene cosas muy positivas
para exhibir que deberían exponerse como un conjunto de prioridades que
existen, pero que no siempre están explicitadas. Hay que decir con claridad las
razones por las cuales este Gobierno no se va a endeudar con el exterior; se
trata de explicar para qué se busca un superávit comercial y de explicitar las
prioridades en materia de energía. Debemos dejar bien en claro que hay
prioridades en materia de integración, educación, ciencia y técnica. Sería
bueno hacer un esfuerzo para ordenar en términos de comunicación los objetivos
y las decisiones.
– ¿Qué piensa de las políticas
implementadas desde el Estado en materia de ciencia y tecnología?
–Es una de las mejoras cosas que tiene
el Gobierno para exhibir. El aporte que se está haciendo en ciencia y técnica
será valorado con el tiempo. El esfuerzo de industrialización de los años
sesenta hubiera sido imposible sin la Universidad de Buenos Aires de Risieri
Frondizi que formó los primeros ingenieros electrónicos, los primeros
ingenieros en química industrial. Eso permitió una ventaja competitiva muy
fuerte. Esa experiencia exitosa se está repitiendo con mucha más conciencia que
entonces. Las universidades que se crearon en los últimos años constituyen una
ventaja competitiva espectacular. Son gratuitas y de excelencia. No las tienen
los chilenos ni los brasileños.
– ¿Todo este esfuerzo debería
acompañarse con una revisión del diseño de la política de sustitución de
importaciones heredado de la Segunda Guerra Mundial?
–Aquel esquema, en algún momento, se lo
consideró agotado. Los que veníamos con esas ideas pasamos a ser como
cachivaches, anticuados… A los que nos criticaban no le interesaba ni el acero,
ni la petroquímica. Decían que había especializarse, integrarse a la economía
mundial. Era la tesis de Guido Di Tella que nace con la crisis del petróleo,
cuando el modelo sustitutivo basado en la energía barata se derrumbaba. Ese
proceso de posmodernidad, que duró veinte años, se ha estrellado. Ahora, vuelve
a aparecer la necesidad de aquellas viejas estructuras. Si quiero que la
economía sea más productiva, cada peso que tengo: ¿lo invierto en producir
bienes de consumo o en invertir tecnología de punta? Obviamente, lo voy a invertir
en bienes de capital; pero también preciso una infraestructura que me sostenga.
En este esquema, complejos como el siderúrgico y el petroquímico vuelven a
aparecer como prioridades. Con un carácter distinto al que tenían, pero lo que
interesa es la concepción ideológica. Hay que volver a pensar, primero, en
protegemos y, después, en desenvolver las redes de industrialización que el
país precisa. La receta no cambió mucho.
“Es necesario plantear cómo resolver el
tema del Indec”
Creo que sería necesario plantear “cómo
vamos a resolver el tema del Indec? Lo
vamos a dejar así, lo vamos a modificar, qué vamos a rescatar”.
Todo el mundo habla del costo de vida,
pero hay otras cosas del Indec que hay que actualizar, por ejemplo el índice de
comercio exterior. No se puede tener el mismo comunicado de comercio exterior
de la época que teníamos un superávit externo de mil millones de dólares, o
déficit, e importábamos 5 mil millones y exportábamos 6 mil, que ahora que es
70 a 68. Y como eso, otros indicadores. Hay que sacarle mucho más jugo a la
Encuesta de Hogares, hay que avanzar en otras áreas que no están tan bien,
mejorar la cuenta del producto de inversión, hay un montón de cosas para hacer
con un pensamiento positivo, no para demostrar, que entonces el Indec no sirve.
Lo que pasa es que como se lo aborda con enorme ignorancia, se identifica al
Indec exclusivamente con IPC. Es un disparate. Y convalidar eso es muy malo,
porque el Indec tiene un montón de funciones, entre otras tiene que hacer los
censos, de población, el agropecuario, el industrial, el de comercio. Tiene que
actualizar una gran variedad de tareas que hacer, y tiene con qué hacerlas,
porque hay pocos equipos como los del Indec. Pero así, un poco, se le está
haciendo el juego a la oposición. Vuelvo a repetir, con lo del IPC, si sale
bien esa encuesta, puede ser la base para una recuperación del organismo. Por
otro lado, no sé si el organismo tiene que estar en la órbita de Economía. Yo
me fui del Indec cuando Cavallo lo absorbió. Hasta entonces estábamos en la
Secretaría de Presidencia, aún con Menem teníamos bastante independencia. El
Indec había sido siempre una institución fuera del Ministerio de Economía.
Cuando la pusieron bajo su órbita, empezaron los líos. Me parece que el Indec
debería tener autonomía, obviamente no anárquica, podría tener una comisión
bicameral que lo supervisara, que no implica ningún problema, y revisar todo lo
que hay que revisar, con espíritu constructivo.
Renta agraria - Provincias
en rojo y el lobby sojero
-¿Cómo analiza el sistema tributario de
provincias de la importancia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe?
Ahí la cosa está complicada, porque el
problema que tenemos es que a las provincias de la zona sojera les cuesta mucho
establecer un impuesto inmobiliario acorde con la rentabilidad que tienen, y
son muy vulnerables al lobby del sector agropecuario. Entonces, si las
provincias no reforman su estructura impositiva, es difícil que puedan
solucionar sus cuentas. Y el otro problema es que hay provincias en las cuales,
sacando el empleo público, no hay otra fuente de empleo. No es fácil de
resolverlo. Me parece que primero está el problema del empleo público como
fuente principal de trabajo; está el problema de la renuencia de adecuar la
estructura impositiva a la realidad, y después, responsabilidad nuestra (en el
sentido del Estado central), que hay que plantearse ciertas reformas
imprescindibles: herencia, sistema financiero, juego, tres fuentes de recursos
que hay que aprovechar. Y es muy difícil pensar en modificar la
coparticipación, porque si ésta se modifica de acuerdo con los niveles de
empleo y necesidades básicas insatisfechas, que es el criterio, se lleva toda
la coparticipación la provincia de Buenos Aires. Además, para modificar la
coparticipación, tienen que ponerse de acuerdo las 24 provincias, cosa
complicadísima. Creo que habría que hacer un doble juego entre un compromiso de
las provincias de avanzar hacia los nichos de alta rentabilidad, que hay sobre
todo en el impuesto inmobiliario. Tenemos que la hectárea vale 15 mil dólares,
y están pagando cinco mil pesos por año de impuestos. Bueno, alguien le tiene
que poner el cascabel al gato. Si los gobernadores no se animan, tienen que
llegar a un acuerdo con la nación en esta materia.
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