domingo, 15 de julio de 2012

El fútbol argentino sufre con la sangría de ídolos


sin remplazo. Cuatro referentes se fueron juntos y se sumaron a varios que se habían ido en los últimos años. Pero lo más grave es que no se vislumbran los futuros emblemas que ocupen ese lugar en el corazón de los hinchas.

  El fútbol argentino se encuentra en terapia, pero pocos, muy pocos de los fanáticos de este juego apasionante parecen tomar conciencia de que se abandonó la sala intermedia para pasar a la de cuidados extremos. Sin temor a equivocarse se puede afirmar que el fútbol nacional transitará su etapa del nuevo Torneo Inicial sin esos hombres que se doctoraron de ídolos en las gestas llevadas adelante en la competencia. La sangría de los protagonistas emblemáticos amenaza dejar el juego nuestro de cada día sin vuelo, sin inspiración. La ciudad de las diagonales se quedó sin faros después de los alejamientos de Guillermo Barros Schelotto y Juan Sebastián Verón. River y Boca se quedaron sin la luz ni la chispa de Fernando Cavenaghi, Alejandro Domínguez y Juan Román Riquelme. En Independiente la defensa se siente huérfana porque el Mariscal Gabriel Milito dijo hasta luego. Las gargantas de los hijos sabaleros andan destempladas, no saben cómo harán para gritar goles ahora que el Bichi Esteban Fuertes decidió darle descanso a su apetito insaciable. El técnico de Newell's, Gerardo Martino, al ser consultado sobre el tema de refuerzos alertó: “en el fútbol argentino hay problemas graves. Es grave no tener dinero, pero mucho más grave es tenerlo y no tener qué comprar. Que se vaya Riquelme es tremendo, pero mucho más tremendo es que no surjan los jóvenes que puedan remplazarlo.” El gran Dante Panzeri, quien siempre estuvo un par de pasos adelantados que la mayoría de los mortales en su visión sobre lo que vendría anticipó en la década del '60: “En la Argentina la gente está muy enferma, van a la cancha a ver ganar en vez de ir a ver jugar.” Y el resultado es la búsqueda de lo inmediato, es la urgencia de salir a calmar a las fieras. En esa necesidad de triunfo se erigió un monumento al sistema en detrimento de la estética. Basados en este principio se llega aplaudir las burradas más tremendas (despejes a cualquier parte, rojas directas, golpes sin sentido y reacciones innecesarias) y se castiga a todo aquel que intenta y no alcanza a terminar exitosamente las maniobras. Se los critica por intentar, por animarse a salir del cerco, por saltar los parámetros que la táctica les obliga respetar. Y es raro, porque los ídolos, los que se doctoraron, los que cargaron con la gloria sobre sus hombros, todos ellos no tuvieron temor a salir de esquemas establecidos. Eso los hacía distintos. Eso y el talento indiscutido. A lo largo de la historia del fútbol argentino hubo muchísimos jugadores con condiciones técnicas extraordinarias pero que no se recibieron de ídolos. Por escasa trayectoria en el club, por ser opacados por otros jugadores, por carecer del valor necesario para intentar la épica, por no buscar abrazar la gloria, por mezquindades personales, por preferir el dinero antes que logros deportivos, etc… Por eso la raza de aquellos que se denomina ídolos, es especial, diferente a todos. No se los discute en su propio club, se los respeta en los estadios adversarios, se les teme en las tribuna donde habitan los clásicos con mayúscula. Se los añora en las bravas, se confía en ellos para logros deportivos extraordinarios. Conviven con el imaginario colectivo, transitan en las leyendas suburbanas, siguen dando cátedra y sin respiro en distancia siderales, que sólo es capaz de medir el agrimensor de los sueños eternos. Y el fútbol argentino se da el lujo de perder un puñado de ídolos en un parpadear, sin levantar la bandera roja de peligro extremo, sin tomar conciencia que no hay barrera de contención, sin vislumbrar en el futuro inmediato ni siquiera al pichón de crack que mañana pueda arañar ese testigo que llega cargado de un fuego sublime, intenso. 

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