domingo, 9 de septiembre de 2012

La justicia anuló la adopción y le restituyó el apellido paterno "Soy Ángela Urondo Raboy desde hace muchos años"


Junto con la recuperación de su identidad, la hija del poeta comenzó una investigación sobre su madre.




















Angela Urondo Raboy pasea por el mediodía de Almagro bajo un sol generoso, entre las persianas cerradas de los boliches y las veredas casi vacías. La caminata sigue hasta encontrar un bar abierto. El hallazgo de algo tan cotidiano como una mesa para sentarse y empezar la entrevista está muy lejos de las búsquedas que Ángela viene haciendo a lo largo de su vida. Esta mujer que ya pasó los 30 tardó 19 años en saber quién era realmente: la hija del escritor Francisco Urondo y la periodista Alicia Raboy, ambos montoneros. Sus padres fueron víctimas de los grupos de tareas del D2 de la Policía de Mendoza: él fue asesinado y ella desaparecida. El 7 de agosto último, por disposición de la justicia, Ángela logró completar una pieza más de su historia. La jueza María Eugenia Giraudy, del Juzgado Civil Nº 21, firmó la sentencia que anula la adopción legal de sus progenitores adoptivos. Esa resolución le permitirá, una vez que el Registro Nacional de las Personas le entregue su nuevo DNI, recuperar su apellido paterno y materno. “Yo atravesé una escalera de muchos escalones y este es el último escalón”, dice Ángela a Tiempo Argentino.
La sentencia de “desadopción”, palabra creada por la propia beneficiada, viene a poner justicia en una historia familiar compleja, en gran parte producto del genocidio pero también de las miserias humanas. “Había un vacío legal en relación a la filiación con mi papá. Como él estaba clandestino, no me anotó en el Registro Civil. Estoy anotada como hija de una madre soltera. Cuando yo desaparezco en Mendoza (NdR: la beba Ángela fue secuestrada por los represores tras capturar a su madre), luego soy recuperada y el juez le da la tenencia a mi abuela. Mi abuela materna se compromete de palabra con mi otra abuela y con toda la familia Urondo en que me iban a criar juntos. Después cambia de opinión y decide sola entregarme en adopción a su sobrina. Y recién da aviso a los Urondo cuando eso estuvo consumado y no nos permite conectarnos. No les dice dónde estoy y quedamos desvinculados”, relata Ángela.
Madre y dibujante desde siempre (“de nena dibujaba personas inconclusas o mutiladas, no terminaba los dibujos. Pero cuando fui grande comprendí que los dibujos expresaban la dualidad y la alteridad”), escritora por vocación y autora de un blog que pronto será editado como libro, Ángela Urondo Raboy podrá a partir de ahora hacer trámites, presentar documentación y figurar en sus transacciones comerciales con nombre y apellidos reales. La denominación que ella usaba con sus afectos pasará a ser reconocida por el Estado. “Es una causa civil que inicié contra mis adoptantes, por medio de la cual le pido a la justicia que disuelva esta adopción. Se supone que las adopciones plenas son sentencias inapelables de por vida. Es decir que estaba haciendo algo fuera de la norma, pero era un derecho que yo tenía. Desde el día en que supe quién era mi papá y quién mi mamá, cuál había sido su historia, me empecé a llamar socialmente Ángela Urondo Raboy. Soy esa persona desde hace muchísimos años. Porque antes de eso mis adoptantes me llamaban Angie. Y mi familia biológica (por los Urondo), cuando yo era bebé, me decían Angelita. Yo prefiero que me llamen Ángela, y desde hace años pedí que me digan así”, cuenta.
La hija de Paco y Alicia decidió compartir la entrevista con la docente universitaria vinculada a la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPREN) Mariana Baranchuk. Ángela dedicó varios años a leer y releer los libros de su padre: cuentos, poesía, novela o no ficción. “Lo que más me gusta de él son sus poemas breves. Poemas de cuando él era muy joven. Son bellísimos poéticamente. Recuerdo uno, pero tengo miedo de citarlo ‘He caído una tarde sobre la playa y no me acuerdo si fui yo o si fue otro quien se levantó de la arena. Tengo mala memoria.’ Siempre tuve la sensación de que ese poema que escribió vale para él, vale para su historia posterior, al momento en que fue escrito, pero que también vale para mí. ¿Por qué él está hablando de esto? ¿Por qué con tanta anticipación? Porque a mí ese poema me da sentido, en él está todo el proceso interno de encontrarse y reencontrarse en el otro.” 
Después de dedicarle buena parte de su juventud a conocer quién fue su padre, ya más grande, acaso impulsada por haber dado a luz, Ángela se dio cuenta que sabía muy poco de su madre. “La falta de Alicia la empiezo a sentir a medida que lleno el hueco de la falta de papá. Ahí me doy cuenta que no sabía tanto de mi mamá. Sólo alguna anécdota de cuando ella era chica. Y tenía dos fotos en las que aparecía ella, que había estado invitada en el casamiento de mis adoptantes. Porque mi madre biológica y mi madre adoptiva eran primas hermanas. Pero no era fácil encontrar cosas de Alicia, porque ella no había sido una persona pública, no tenía diez libros editados. Entonces se abrieron los cajones de las casas de mis tíos. Y empezaron a salir fotos y cartas. Y un día sale un almohadoncito tejido al crochet con el VP (Perón Vuelve) bordado. Pero no sabía nada de su trabajo como periodista. Y tampoco figuraba en los listados de periodistas desaparecidos. Así fue que, en una actividad de FATPREN por el Día del Periodista, un evento en el que se homenajeó a mi padre, pregunté desde el micrófono por qué Alicia Raboy no estaba en las listas. Ese era el lugar ideal para increpar, para invitar, para abrir el juego.”
La presencia de Baranchuk se explica por la tarea que ella misma asumió para sí, por un compromiso que la liga con Ángela. La docente está investigando la producción periodística de Alicia Raboy por expreso pedido de la hija. Raboy era redactora de la sección Gremiales de Noticias, el diario que fundaron los montoneros. “Mariana tomó la posta, sensiblemente, en el momento me dijo que ella asumía el compromiso. Y así se fue involucrando con Alicia de una forma muy especial, en principio valorándola como una igual, como una mujer, una laburante, madre, militante. Ella estuvo en Cuba enviada por Noticias en febrero de 1974, fue a cubrir una nota de un viaje de (José Ber) Gelbard a Cuba para unos convenios sobre maquinaria industrial. Había viajado con una comitiva de empresarios industriales y una mini comitiva de periodistas, y ella estaba dentro de esa comitiva. Esa fue la primera nota que pudimos determinar que era de ella. 

--¿Pudiste conocer más cosas de Alicia?
--El día de la sentencia de la ESMA en Comodoro Py, con 4000 personas en la calle, se me acercó Ana Amado, periodista, que fue la esposa de Nicolás Casullo. Yo tenía un prendedor con la cara de mi madre. Ana Amado viajó por Canal 7 a Cuba y ahí la conoció. Me dijo que era hermosa: una princesa, la más linda de todas. En la redacción de Noticias se hablaba mucho de la mesa donde trabajaban mi mamá, Patricia Walsh y Alicia Barrios. Eran tres pimpollos, coquetas, iban las tres juntas al baño a emperifollarse y las miraba toda la redacción. “El Perro” (por Horacio Verbitsky) me contó que mi mamá usaba unas minifaldas cortísimas, mi hermano dice que eran minifaldas tableadas que con el viento se le volaban, que andaba toda plataformeada y si no con unas botas de terciopelo de gamuza azul hasta la rodilla. Era una tipa que no pasaba desapercibida. Ella era una tipa muy llamativa, pero que era inencasillable.
–¿Y qué fue lo que más te impactó de sus textos periodísticos?
–La segunda nota que me mandó Mariana, tras el hallazgo de las notas enviadas desde Cuba. Una en la que se denuncia el secuestro de un hombre, un colectivero, que había sido secuestrado durante el recorrido habitual de su trabajo. Era afiliado a la UTA, delegado de la línea 86, de la Juventud Trabajadora Peronista. Miguel Ángel Mars, me acuerdo su nombre para siempre. El colectivero después apareció. Esa fue la que más me impactó, porque me impresionó mucho leer que lo que ella escribió es lo mismo que nosotros escribimos de ella. Reclamaba aparición con vida.

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